lunes, 5 de septiembre de 2016

"Homero. El color de la sudestada". Un Manzi diferente.


Homero se sube a un tren y sabe que tal vez sea su último viaje. O tal vez no. Depende de si está dispuesto a dejar de beberse unos tragos, salir de noche, jugar al póker, ir al comité a discutir de política, tanguear hasta que salga el sol. En fin, depende de si está dispuesto a dejar de ser quién es.

“¡¿Cómo me voy a morir justo ahora que tengo todo por hacer?!”, se pregunta iniciando ese viaje que lo llevará, y nos llevará con él, a una evocación con mucho de política, con mucho de amores, con mucho de magia, con mucho de poesía. Como fue su vida.

En este viaje, si lo sabemos, podemos recordar; y si no lo sabemos, podemos enterarnos de que Homero Manzi además de un letrista de tangos sin igual, de un poeta mayúsculo y de un enamoradizo empedernido que podía apostar en una mesa de póker a todo o nada para ganarse a una morocha, fue un hombre comprometido en extremo con la vida política de su país. Un militante radical que a pesar de haber sido expulsado de su partido nunca dejó de serlo, aunque simpatizó con el primer gobierno peronista. El espectáculo tiene su momento cúlmine cuando evoca aquel 17 de octubre en el que “el color de la sudestada” tiñó las calles de Buenos Aires y repartió colores al resto del país.

Se sorprenderá el espectador que vaya a escucharse unos tanguitos de Manzi. Si bien suenan en escena algunos fragmentos de sus composiciones más famosas, la impronta musical está en manos de José Luis Castiñeira de Dios, quien, además de ser el director musical, le ha puesto música a letras originales escritas por Fernando Musante. Sí, alguien se atrevió a escribirle tangos y poesías a Manzi. Y lo bien que lo ha hecho.

El “Chino” Laborde, ese cantorazo que ya nos tiene acostumbrados a deleitarnos con sus estupendas interpretaciones tangueras, es el responsable de calzarse la piel del poeta radical y se manda un debut teatral de antología. Homero está allí, un poco más alto, pero en su exacta dimensión. Lo acompaña una Roxana Fontán que va de la adolescente Juana a la sensual Malena a la sufrida Casiana con una ductilidad sorprendente; y la magia extrema llega de su mano cuando canta “a cappella” una versión de Malena. Los acompaña el cantor Claudio Garcés como servidor de escena deleitando siempre con su voz y su afinación.

La escenografía virtual se ha construido a partir de pinturas originales del artista plástico Horacio Cacciabue y le aporta al espectáculo una cuota de vuelo extra, por si hiciera falta. Exquisito trabajo en conjunto con Fernando Silva quien transformó esas pinturas en animaciones.

Precisa dirección de Leonardo Nápoli para su propio texto, que recorre sin respiro la vida de un poeta comprometido con su tiempo, sus sentimientos y su Nación.

Manzi vuelve a interpelarnos preguntándose y preguntándonos qué es lo nacional y qué lo que no nos pertenece y adoptamos como propio. En definitiva se pregunta y nos pregunta qué es ser argentino.

Homero se sube a un tren y nos lleva con él. Homero se sube a un tren y vuelve a crear misterio. Ese “misterio de adiós que siembra el tren”.

S.M.

Homero. El color de la sudestada.
De Leonardo Nápoli, José Luis Castiñeira de Dios y Fernando Musante
Teatro - El Musical del Tango

Ficha técnica:

Homero: Walter “Chino” Laborde
Juana / Malena / Casiana: Roxana Fontan
Actor / Cantor / Servidor de escena: Claudio Garcés

Dramaturgia: Leonardo Nápoli
Letras y poemas: Fernando Musante
Música original y dirección musical: José Luis Castiñeira de Dios
Coreografía: Mecha Fernandez
Arte de escena: Horacio Cacciabue
Diseño multimedia: Fernando Silva
Diseño de luces: Roberto Traferri

Dirección general: Leonardo Nápoli


Caras y Caretas 2037
Sarmiento 2037 – CABA
Domingos de setiembre y octubre
20 hs. 

"LA TEMPESTAD": una cita con el buen teatro

Foto: Gabriel Oscar Perez
“Estamos tejidos con idéntica tela que los sueños, y nuestra corta vida se cierra con un sueño.” Así dice Próspero, el duque de Milano que, despojado de su legítimo sitial, se ha recluido en una isla desierta acompañado por su hija, Miranda.
En una cueva donde atraviesa el tiempo de su exilio,Próspero estudia y estudia también aquello ajeno a la percepción de los sentidos. No niega la magia, por el contrario la pone al servicio del bien. Claro está que Shakespeare ha escrito esta comedia en pleno período jacobino. Muerta Isabel I, y ya en sus últimos años, Shakespeare parece dedicar su pluma al tremendo cambio que han significado los acontecimientos del Siglo XVI a estos albores del XVII. La Tierra es una esfera, y ya no está en el centro del universo.
Próspero tiene a su servicio un ángel, Ariel, que representa el arte y la belleza. Es hora de dominar a las pasiones terrenas para mirar hacia las alturas. Hay que dejar atrás las antiguas certezas. La Tierra no sólo es redonda ni está quieta, es más grande y se mueve. La historia de Inglaterra supera cualquier producto ficcional. Jacobo, que asume el trono a la muerte de Isabel, es hijo de María Estuardo la reina católica a la que Isabel mandó a decapitar. Jacobo es protestante, así fue criado, y persigue brujas y brujos, su modernismo repudia a los bárbaros de las otras tierras; y son épocas de seguir guerreando con España por las posesiones de ese nuevo mundo.
Hasta aquí ciertas disquisiciones (o divagues) históricos  o filosóficos, que se suman a las innúmeras interpretaciones que, como Hamlet, ha generado La Tempestad. Tal vez, la obra del Bardo de Avon en la que más se advierte ese pensamiento propio del medioevo tardío (o el Renacimiento) que dio en llamar: “miscelánea”. Pero lo que se ve en el escenario de Andamio 90 también es otra cosa. Porque a lo que se asiste es a una ceremonia teatral que linda con lo sagrado. El adjetivo usado para este elogio ancla en los decires de Peter Brook.
Foto: Valeria Sigal
Alfredo Martín, responsable de la versión y la dirección, consigue insuflar el aire de Ariel a su puesta, dejando en claro que Calibán y su comparsa deberán esperar un par de siglos (hasta el nacimiento de Nietzsche) para tener algún tipo de reivindicación desde los severos claustros. Calibán tiene desde su monstruosidad todas y cada una de las causas por las que debe ser reeducado por la civilización Europea.
Bajo la batuta de Martín, todo el elenco se mueve con natural gracia y solvencia; y la pareja de Miranda y Fernando (que debe prometer castidad hasta la noche del himeneo tal como las leyes y Dios mandan), no pudo estar mejor elegida. 
Foto: Valeria Sigal
Pero no se puede evitar un particular elogio a Marcelo Bucossi (Próspero). Su interpretación es brillante. Porque aún desde la sólida formación, y el abultado currículum que se le conoce, Bucossi (como Próspero) ha decidido romper la vara mágica, y ofrecernos un trabajo en el que alcanza la verosimilitud con la elegante economía de recursos que el actor aplica en su composición. Y también cabe subrayar el trabajo de Mariano Falcón (Calibán), símbolo de la desmesura, que paradójicamente también actúa ajeno a cualquier tentación “pirotécnica” a la que fácilmente podría sucumbir. Casi con las mismas palabras se puede hablar del trabajo de la dúctil Bianca Vilouta Rando. De todos modos, como quedó antes dicho, todo el elenco acompaña en armonía con el buen gusto y la buena interpretación.
Podríamos terminar diciendo: La Tempestad, insistimos, invita a incontables hipótesis, pero si alguien quiere tener una amable cita con una de las más inquietantes obras de William Shakespeare y con el buen teatro, sólo debe acercarse a la calle Paraná 660 los viernes, a las 19:45.


FM y SM

FICHA TÉCNICA:


LA TEMPESTAD, de William Shakespeare

Versión: Alfredo Martín

Intérpretes: Julian Belleggia, Marcelo Bucossi, Ariel Delgado, Nicolás Fabbro, Mariano Falcón, Daniel Goglino, Brenda Margaretic, Pablo Mariuzzi, Gabriel Nicola, Nicolás Olmos, Margaret Planes, Gustavo Reverdito, Marcelo Rodriguez, Bianca Vilouta Rando, Ivan Vitale

Música en escena: Margarita Rodríguez Planes

Vestuario: Aníbal Duarte

Objetos: Ana Revello, Gustavo Reverdito

Maquillaje: Ariel Nesterczuk

Diseño de escenografía y luces: Héctor Calmet

Música original: Gustavo Twardy

Asistencia de dirección: Cecilia Nicolich, Analia Sirica

Dirección y puesta en escena: Alfredo Martín