martes, 6 de junio de 2017

"Simple" las canciones que negué amar


El primer disco “simple” que tuve en mi vida fue el de Joan Manuel Serrat que contenía “Tu nombre me sabe a hierba” y “Poema de amor”. Yo era una pre-púber y me asomaba a la adolescencia de la mano de mi hermana que me llevaba 10 años. Amaba ese disco que ella me había traído de Buenos Aires en una visita a mi San Rafael natal. Lo escuchaba incansablemente en un tocadiscos azul que mis padres me habían regalado un poco antes junto a algunos discos de música infantil (los muy desubicados). Escuchar a Serrat me hacía sentir grande, y mi hermana me entendía y me ayudaba con eso. Pero debo reconocer que muy íntimamente envidiaba algunos discos que tenían mis amigas. Una tenía uno de Julio Iglesias… ¡puajjjj! decía yo haciéndome la agrandada mientras me derretía de amor con esa voz melódica que confesaba haberse olvidado de vivir… Otra amiga tenía uno de Rafaela Carrá. ¡Oh! Cien veces ¡puaj! para mí, que ya era una psicobolche hecha y derecha, a la vez que lo único que quería era ser y bailar como esa rubia. En dos o tres años, además de Serrat, yo ya escuchaba a Carlos Puebla, León Gieco, Orlando Alarcón, entre otra mucha música progre a la par de repudiar y envidiar la divertida y/o romántica música que escuchaban y con la que se divertían, y mucho, mis amigos.


No reniego de mis gustos musicales. Pero hoy me atrevo a confesar que cuando nadie en casa, sobre todo mi hermana, me escuchaba, yo me deleitaba con canciones inconfesables. Y todas esas canciones tenían algún recuerdo o alguna historia que las hacía aún más íntimas y disfrutables.
De estas cosas, justamente,  habla “Simple, las canciones que negué amar”, el espectáculo que Francisco Pesqueira ofrece los domingos a las 5 en punto de la tarde (Lorquiano, al fin) en el Teatro La Comedia. Y porque de eso habla no hay espectador ni espectadora que no se sienta identificado/a  con alguna de las canciones y con alguna de las historias que allí se brindan.

Es muy posible que me tilden de subjetiva, y no me importa, porque Francisco es debilidad afectiva de quien escribe estas líneas. Lo cierto es que “Simple…” es un espectáculo imperdible que combina canciones de las décadas ´60, ´70 y ´80,  historias entrañables y talento, mucho talento.  La dinámica del espectáculo es por demás original, a saber: hay setenta “simples” y 70 historias. Los discos están en una batea y una vez que se bajó la luz de sala y Andrea Widerker -lujo de servidora de escena-  dio la bienvenida y rogó que se apaguen los celulares, siete espectadores elegirán las canciones que el actor interpretará ese día a lo lago de la hora/veinte que dura la función. Y una más, que saldrá de puro azar ya casi terminando la jornada. Esto deriva en que cada domingo Pesqueira ofrece una jornada verdaderamente única. Esto hace que su capacidad de entrega, de adaptación y de versatilidad sean descomunales. Y cuando canta, CANTA. Con esa voz espléndida y dotada que usa a su gusto y talento. Voz que también despliega, y cómo, para interpretar a cada personaje de cada historia, que van desde una niña de 4 años a un anciano de 90; desde un español amanerado a una maestra autoritaria. 

Setenta historias tiene estudiadas, cada una con una canción. Y cada domingo se entrega por entero en ocho de ellas. Al azar. Sin red. Cuenta para ello con un versátil diseñador de sonido y sonidista, Juan José Frias, que se adapta a semejante desafío y ¡no se equivoca nunca! Un impecable entrenamiento coreográfico de Gustavo Bertuol; una delicada dirección de Emiliano Samar, y un equipo de incondicionales que lo secundan en cada detalle. Pero el protagonista absoluto de todo este titánico proyecto es Pesqueira, quien además de contar, actuar y cantar también eligió las setenta canciones y escribió el mismo número de historias cada una con su criatura. Y todo lo hace con carisma, talento y gracia. El resultado no puede ser mejor.

Como dije antes, tengo debilidad amorosa por este hermano que la vida me regaló. Pero bien sé que cada uno de los espectadores que lo disfrutan los domingos salen de la sala amándolo.


No se lo pierdan. Difícilmente haya mejor programa para un domingo a las 5 en punto de la tarde. 

Stella Matute

Ficha técnico artística:
Autor e Intérprete: Francisco Pesqueira
Diseño de luces: David Seldes
Diseño De Sonido: Juan José Frias
Entrenamiento Coreográfico: Gustavo Bertuol
Dirección musical: Claudio Martini
Producción ejecutiva: Andrea Widerker
Puesta en escena y dirección actoral: Emiliano Samar
Idea y dirección general: Francisco Pesqueira

TEATRO LA COMEDIA
Rodriguez Peña 1062 – Teléfono: 4815-5665
Domingos 17 hs.

lunes, 5 de junio de 2017

Experimento Camille Claudel: un grito desde el barro

¿Cuánto hace que la mujeres sufren engaños,  maltratos, abusos de poder, violencia? No nos hacemos esta pregunta en relación a que el 3 de junio hubo una multitudinaria marcha en relación a la lucha contra la violencia de género sino porque la noche anterior, el viernes 2, estuvimos en el Teatro La Revuelta disfrutando del magnífico espectáculo “Experimento Camille Claudel, un grito desde el barro”, una exquisita propuesta escrita por Rubén Pires, dirigida por Darío Restuccio y protagonizada por Carla Pollacchi y Raúl Delgado.


Camille Claudel nació un 8 de diciembre, día de la Inmaculada Concepción, en Fère-en-Tardenois Fère-en-Tardenois, un pueblecito del norte de Francia. Corría el año 1864. Ella tenía tan solo seis años cuando comenzó la guerra Franco-prusiana que terminó con el imperio de Napoleón III, y poco más de diez años después de la derrota francesa, en 1871, cuando se mudó a París junto con su madre y su hermana. Camille ya había dado muestras de un talento singular para las artes plásticas, y corrían en París los dorados años de la Belle Époque. Montparnasse, el mítico “quartier” que albergaba a los artistas más exquisitos, fue el barrio elegido por la familia. De todas maneras, había algunas pequeñas cosas para las que la liberalidad de entonces parecían no tener importancia. Por ejemplo, la Escuela de Bellas Artes no aceptaba mujeres entre sus alumnos. Por eso Camille, gracias a la influencia de su padre, fue aceptada en la Académie Colarossi que por entonces contaba entre sus docentes al maestro escultor Alfred Boucher. Dos años después, en 1883, Boucher viajó a Italia y recomendó a su brillante alumna para que fuera aceptada por el ilustre Auguste Rodin,  quien era -y sigue siendo- considerado el padre de la escultura moderna. 

Camille y Rodin se conocieron ese mismo año y casi inmediatamente comenzaron un romance, devenido del vínculo maestro-alumna, artista-modelo, que duró toda una década y marcó el tiempo más prolífico y potente de la obra artística de ambos. Durante ese período, Camille colaboró con el escultor en la realización de una de sus obras más famosas –La puerta del infierno- marcando casi en forma premonitoria su destino.

Eran tiempos en los que Nietzsche con su existencialismo vital la emprendía a martillazos con la filosofía. Dios había muerto, todo era posible y el cuerpo no era un mero envase del alma. 

Camille pensó que ella también era parte de ese nuevo mundo, pero la vida y –sobre todo– el hombre del que estaba enamorada decidieron no participarla del convite. Si bien es cierto, como ya dijimos, que ella también creció y se desarrolló artísticamente al lado del escultor -24 años mayor que ella y ya consagrado cuando se conocieron- fue quien pagó con su salud mental  los vaivenes de un amor a destiempo que incluyó abortos en medio de abandonos y reconciliaciones. Esta mujer, cuyas obras se exhiben en los grandes museos del mundo, murió a los setenta y nueve años, pero los últimos treinta años de esa larga vida los pasó encerrada en un manicomio, donde murió, mientras él siguió con su exitosa vida artística y amorosa.

Son más que evidentes las razones por las cuales narrar la historia de Camille ha tentado a literatos, dramaturgos y cineastas. Y también lo son las dificultades que ofrece enfrentar semejante desafío. Rubén Pires decidió emprender esta tarea, y el resultado no puede haber sido mejor. El autor bucea los recovecos de esa pasión desgarradora que vivieron la excelsa artista y el reconocido escultor poniendo en la protagonista el mayor peso del relato. El texto es de una potencia sobrecogedora.
Mezcla de poesía escénica y vía crucis carnal que parece escrito sobre y para la actriz Carla Pollacchi. Su interpretación es descomunal. Parece haber abordado el personaje con la misma pasión con la que modela la arcilla en escena, con el mismo buen gusto con el que encara las posturas de las obras más famosas que Camille ayudó a crear. El paso de la cautivante belleza de aquella joven potente y apasionada de diecinueve años a la patética imagen de la sufriente mujer internada en un loquero es atravesado por la actriz de manera impecable.

En el rol de Rodin, se entrega por entero Raúl Delgado quien también tiene la responsabilidad de interpretar a Paul Claudel, hermano de la artista, y al psiquiatra encargado de contenerla en el hospicio en el que morirá internada. Delgado aborda los tres personajes construyendo la verosimilitud de cada uno con recursos genuinos interpretándolos con solvencia, talento  y gran sensibilidad. Sin dudas el partenaire exacto para una actriz de la dimensión de Pollacchi.

La puesta subraya la excelencia poética del texto de Pires con una subyugante economía de recursos. Proyecciones constantes de las más célebres obras de Camille y Rodin y la sugerencia permanente a través de los movimientos de la inmanencia de arte escultórico en la vida de Camille dan marco a las magníficas interpretaciones de Carla Polacchi y Raúl Delgado.

El espectáculo se gestó por dentro del Proyecto de Graduación del joven Dario Restuccio, para la carrera de Licenciatura en Dirección Escénica, del Departamento de Artes Dramáticas de la UNA. Sin dudas nace un gran director, quien con dedicación de orfebre nos entrega una joya teatral que combina imágenes, barro, luces y sombras sobre cuerpos que de tan vivos y tan presentes sumergen al espectador en la realidad paralela que construyen tanto la locura de Camille -desde su necesidad de ser libre en un siglo en el que eso era impensable para una mujer- como la voracidad de una sociedad patriarcal representada por Rodin.


Sin más: no se la pierdan. De veras, nos lo van a agradecer.

F.M. y S.M.

Ficha técnico artística: 

 Autor: Ruben Pires

 Actúan: Carla Pollacchi y Raúl Delgado

 Asistencia de dirección: Manon Demy

 Dirección: Darío Restuccio

 TEATRO LA REVUELTA 
Boedo 1014 - Teléfono: 2076-2964
 Viernes de junio 22.15 hs.