PRÉSTAME TU SUEÑO es mucho más que una obra de teatro. Es un rezo, un susurro entre generaciones, una ceremonia íntima de amor y de memoria. Florencia Aroldi escribe con el corazón en carne viva y con la valentía de quien sabe que sanar duele, pero vale la pena. Y la alegría. Que son las dos caras de la moneda de la vida.
El punto de partida podría leerse como un homenaje a su
padre, el inolvidable Norberto Aroldi. Pero lo que sucede en escena es
mucho más profundo: es un acto de reparación amorosa, una constelación familiar
hecha teatro. No se trata de restablecer lo que fue, sino de encontrar nuevas
formas de encuentro con lo eterno. De decir lo no dicho, de abrazar lo que no
pudo ser, de escuchar lo que aún resuena.
Manuel Longueira logra algo muy difícil, casi imposible: encarna a Aroldi sin impostar. Lo trae al presente, lo vuelve cuerpo, palabra, emoción. Lo honra con nobleza. La adorable Anahí Gadda, con enorme sensibilidad, se convierte en Florencia sin imitarla. La encarna y la respeta, con la delicadeza de quien sabe que está pisando territorio sagrado. Y María Ibarreta, madre de Flor, viuda de Norberto, con su presencia exquisita, aporta una dimensión desbordada de verdad y ternura. Su sola figura en escena desarma. Y enciende.
La puesta en escena es sencilla y contundente: nos sienta en
un living, en el de Florencia, a presenciar una reunión familiar fugaz y
eterna. Con la fuerza de aquello que nunca se va del todo: el amor.
Un espectáculo necesario, honesto, brutalmente conmovedor.
De esos que uno agradece haber visto.
Por ahora no van a estar en escena. Pero si no la vieron,
estén atentos para cuando vuelvan. Y regálense un tiempo sin tiempo de ternura
y talentos.
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