“Alejandra”, el espectáculo que Martín Rechimuzzi presenta con gran éxito en el Teatro El Nacional, es un acto de coraje, una apuesta a la ventura. Un salto sin red sobre las heridas de la locura, la política, el cuerpo y la risa. Rechimuzzi, con su instrumento expresivo afinado hasta el estremecimiento, nos invita a entrar en mentes que deliran, aman, teorizan, arden y se parten. Y lo hace con una gracia que conmueve, una profundidad que interpela y una precisión que asombra.
Desde el humor —tan inteligente como brutalmente hilarante—, logra desmontar discursos, cuestionar mandatos, tensar los hilos del poder y de la psiquis sin jamás perder la ternura. Hay en su Alejandra una mirada ideológica profundamente lúcida, pero jamás panfletaria. Una sutileza para instalar el pensamiento en medio del delirio, como si el cuerpo habitado por esa criatura tan suya, tan nuestra, supiera danzar sobre los escombros de la razón sin perder la poesía ni el filo.
Martín se entrega con riesgo y sin red. Se permite mutar, adaptar, desbordar, improvisar. Su ductilidad escénica es prodigiosa: cada gesto, cada inflexión, cada silencio, están al servicio de algo mayor. Y ese algo mayor es la posibilidad de mirar lo inmirable —la locura, el dolor, la angustia, la opresión— sin desviar la vista… y riéndonos. Porque sí: “Alejandra” nos hace reír. A carcajadas. Pero también nos ablanda el alma, nos humedece la mirada, nos vuelca el corazón. Y nos recuerda que el humor, cuando nace del amor y del pensamiento, es una herramienta poderosa para sensibilizar y transformar.
“Alejandra” es un regalo necesario. Un cuerpo como manifiesto con la risa como arma. Una sutileza ideológica y un desborde escénico. Una joya irreverente y luminosa en estos tiempos de sombras.
Stella Matute
Tenerte al Tanto
EDIT Divulgo Teatro
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