Mis cuatro
abuelos eran españoles. Los cuatro llegaron a “l´América” por separado y
cargados de ilusiones entre 1905 y 1909. Por esas cosas de la inmigración, los
cuatro viajaron casi mil kilómetros entre el Puerto de Buenos Aires y una
tierra promisoria llamada Mendoza. Los cuatro fueron casi fundadores de San
Rafael, lugar donde yo, muchos años más tarde, nací.
Mi abuelo paterno
se suicidó a los 33 años y su mujer lo siguió muy poco después, dicen que de
tristeza. Dejaron tres hijos pequeños. Uno de ellos fue mi padre, que se quedó
huérfano a los seis años. A mi padre lo adoptaron otros inmigrantes españoles
que ya eran padres de cuatro varones y una mujer, que luego fue mi madre. Sí,
mi padre y mi madre, hijos de inmigrantes, se criaron casi como hermanos dentro
de una comunidad endogámica que se sostenía en las tristezas que la emigración
primero y la inmigración después dejan como huellas imborrables. Mi abuela
materna también se quedó viuda muy joven y
fue la que más sobrevivió a esas tristezas que la horadaban. Sin perder
nunca su acento castizo siempre hablaba de su tierra, del hambre, de la
desesperanza, del viaje en barco, de la pérdida de unos de sus hermanitos en el
puerto, al que no volvió a ver nunca más, y del comienzo de la nueva vida en
ese pueblo argentino que la había recibido y que ella amaba.
La obra teatral “Stefano”,
de Armando Discépolo, está escrita en 1928. Y narra mucho de lo que narraba mi
abuela, pero en una familia italiana. La ilusión, la esperanza, la frustración,
el fracaso, la muerte prematura. Muerte decidida o prepotente, da lo mismo.
Siempre es una
ilusión y un desafío de los grandes para un elenco encarar la puesta en escena
de “un Stéfano”, y si además es en el territorio del teatro independiente, ese
desafío se agranda en forma desmesurada. Y la ilusión también. Ilusión y
desafío parecidos a aquellos de los inmigrantes que poblaron esta tierra en los
comienzos del siglo XX y que tan bien retrata Discépolo en sus obras.
La versión que se
está ofreciendo todos los sábados en el Teatro
La Máscara atesora esa ilusión y
supera el desafío.
Osmar Nuñez a cargo de la dirección y puesta en escena logra
atravesar tiempos y espacios y hace que Stéfano sea un hombre de 1928 y al
mismo tiempo uno que camina hoy nuestras calles. Y también su exquisita batuta
hace que todos los instrumentos humanos que habitan ese escenario suenen en una
misma frecuencia, y actrices y actores no desafinen nunca. Todo el elenco suena
en una armónica melodía.
Jorge Paccini y Elena
Petraglia encarnando a María Rosa y Don Alfonso, se calzan al eterno e indisoluble
matrimonio que pareciera moverse en una coreografía sin fisuras. El dúo le pone
el tono justo al grotesco y la tragedia en el comienzo del espectáculo y diseña
el camino para que el resto del elenco lo recorra con soltura.
Párrafo aparte
para Norberto Gonzalo que carga con
el peso de la complejidad de ese personaje protagónico y la alegría de su sueño
cumplido. Ha encontrado, sin dudas, en Stefano
al personaje exacto para calzarle su piel y su alma. Lo encara con una
sensibilidad que emociona. Parecería que su extensa trayectoria actoral se ha
puesto al servicio de esta criatura que atraviesa a la platea con su tragedia.
Osmar Nuñez, nuestro inmenso actor, ha elegido para dirigir
este espectáculo un equipo que entendió su propuesta y la potenció; la
escenografía y vestuario de Alejandro
Mateo le aporta belleza al dolor gris de esa historia que sucedió
comenzando el siglo XX y se extiende hasta el transcurso de estos atribulados
tiempos que vivimos. La puesta y la dirección de actores de un director que es
actor, devienen en un gran espectáculo en el que priman la sencillez y la nobleza.
Cuando la luz
comenzó a bajar sobre el escenario y los acordes finales de los delicados
arreglos musicales de Gerardo Amarante
sonaron, entre lágrimas vi como mis cuatro abuelos se abrazaban emocionados en
el fondo del escenario, detrás de esa foto final de la familia de Stefano.
FICHA ARTÍSTICO/TÉCNICA:
Autor: Armando
Discépolo
Elenco: Norberto
Gonzalo, Patricio Gonzalo, Pablo Mariuzzi, Jorge Paccini, Elena Petraglia,
Paloma Santos, Lucas Soriano, Maria Nydia Ursi-Ducó
Diseño de
vestuario y escenografía: Alejandro Mateo
Diseño de luces: Cristina
Lahet
Fotografía: Ana
Maria Ferrari
Diseño gráfico: Leandro
Correa
Asistencia
artística: Mónica Benavidez
Asistencia de
dirección: Ruth Scheinsohn
Prensa: Marcos
Mutuverría
Arreglos
musicales: Gerardo Amarante
Producción
ejecutiva: Claudia Díaz
Dirección: Osmar
Nuñez
TEATRO LA MÁSCARA - Piedras 736- CABA - Reservas:
4307-0566
Sábados 21 hs.
2 comentarios:
Qué decir, ante tanta potencia sentida y escrita..
Qué decir, además, cuando quien lo escribe, es una compañera, una par, que palpita, siente y ama como nosotros..
Qué decir, que no sea, gracias, por celebrar este sueño cumplido, que solo puede ser colectivo para cumplirse.
Gracias por tanto corazón abierto...
Ufff... Acabo de leerte Matute. Hondo y generoso es compartir las asociaciones y sentires que produce un trabajo cuando se cruza con la historia y los afectos personales. Hermoso ejercicio además, para quien se atreve a hacerlo y para quien se detiene en reparar en esa entrega cargada de humanidad luminosa.
Gracias
Publicar un comentario