¿Cuántas veces será necesario hablar por aquellas que no hablaron?
¿Cuántas “constelaciones familiares” estallarán en esa confesión que es grito que es susurro que es alarido?
¿Qué importa quién hable, quién confiese, quién grite, si en esa voz estamos todas?
La peluquera, la clienta, la que teje, la que esconde, la que deja ir, la que retiene, la que lee revistas, la que mira para atrás, la que avanza sin pausa. Las de ahora, las de antes, las de hace mucho, las de mañana… Tal vez no importe quién ni cuándo ni dónde ni cómo sino que quede dicho.Inés habla hoy, más de medio siglo después, por boca de su sobrina nieta. Inés es Irina. Irina es Inés. Y las dos son todas. Las silenciadas, las calladas, las muditas. Las dos somos todas.
No sé qué palabras ponerle al talento de Irina Alonso … a su sensibilidad gigantesca, a su fragilidad exquisita. Irina siempre conmueve. Siempre. El escenario la ama y ella ama al escenario y ese romance es indestructible.
No se pierdan “La mudita”. Ella lo escribe, lo dice, lo encarna. Entonces Inés está ahí, en el Celcit contando su historia, gritando en susurros su injusticia. Y quienes la ven y la escuchan inevitablemente la acunan, la mecen, la acarician suavecito. Y algo desesperadamente se mueve en el universo. Y algo, necesariamente, sana. Aunque nos enteremos dentro de medio siglo.
Los domingos a las 16 en el Celcit.
Regálense esa experiencia.
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