¿Cuánto hace que la mujeres sufren engaños, maltratos, abusos de poder, violencia? No nos
hacemos esta pregunta en relación a que el 3 de junio hubo una
multitudinaria marcha en relación a la lucha contra la violencia de género sino
porque la noche anterior, el viernes 2, estuvimos en el Teatro La Revuelta
disfrutando del magnífico espectáculo “Experimento Camille Claudel, un grito
desde el barro”, una exquisita propuesta escrita por Rubén Pires, dirigida por
Darío Restuccio y protagonizada por Carla Pollacchi y Raúl Delgado.
Camille Claudel nació un 8 de diciembre, día de la
Inmaculada Concepción, en Fère-en-Tardenois Fère-en-Tardenois, un pueblecito
del norte de Francia. Corría el año 1864. Ella tenía tan solo seis años cuando
comenzó la guerra Franco-prusiana que terminó con el imperio de Napoleón III, y
poco más de diez años después de la derrota francesa, en 1871, cuando se mudó a París
junto con su madre y su hermana. Camille ya había dado muestras de un talento
singular para las artes plásticas, y corrían en París los dorados años de la
Belle Époque. Montparnasse, el mítico “quartier” que albergaba a los artistas
más exquisitos, fue el barrio elegido por la familia. De todas maneras, había
algunas pequeñas cosas para las que la liberalidad de entonces parecían no
tener importancia. Por ejemplo, la Escuela de Bellas Artes no aceptaba mujeres
entre sus alumnos. Por eso Camille, gracias a la influencia de su padre, fue
aceptada en la Académie Colarossi que por entonces contaba entre sus docentes al maestro escultor Alfred Boucher. Dos años después, en 1883, Boucher viajó a Italia
y recomendó a su brillante alumna para que fuera aceptada por el ilustre
Auguste Rodin, quien era -y sigue
siendo- considerado el padre de la escultura moderna.
Camille y Rodin se
conocieron ese mismo año y casi inmediatamente comenzaron un romance, devenido
del vínculo maestro-alumna, artista-modelo, que duró toda una década y marcó el
tiempo más prolífico y potente de la obra artística de ambos. Durante ese
período, Camille colaboró con el escultor en la realización de una de sus obras
más famosas –La puerta del infierno- marcando casi en forma premonitoria su
destino.
Eran tiempos en los que Nietzsche con su existencialismo
vital la emprendía a martillazos con la filosofía. Dios había muerto, todo era
posible y el cuerpo no era un mero envase del alma.
Camille pensó que ella también era parte de ese nuevo mundo,
pero la vida y –sobre todo– el hombre del que estaba enamorada decidieron no
participarla del convite. Si bien es cierto, como ya dijimos, que ella también
creció y se desarrolló artísticamente al lado del escultor -24 años mayor que
ella y ya consagrado cuando se conocieron- fue quien pagó con su salud
mental los vaivenes de un amor a
destiempo que incluyó abortos en medio de abandonos y reconciliaciones. Esta
mujer, cuyas obras se exhiben en los grandes museos del mundo, murió a los
setenta y nueve años, pero los últimos treinta años de esa larga vida los pasó
encerrada en un manicomio, donde murió, mientras él siguió con su exitosa vida
artística y amorosa.
Son más que evidentes las razones por las cuales narrar la
historia de Camille ha tentado a literatos, dramaturgos y cineastas. Y también
lo son las dificultades que ofrece enfrentar semejante desafío. Rubén Pires
decidió emprender esta tarea, y el resultado no puede haber sido mejor. El
autor bucea los recovecos de esa pasión desgarradora que vivieron la excelsa
artista y el reconocido escultor poniendo en la protagonista el mayor peso del
relato. El texto es de una potencia sobrecogedora.
Mezcla de poesía escénica y vía crucis carnal que parece
escrito sobre y para la actriz Carla Pollacchi. Su interpretación es
descomunal. Parece haber abordado el personaje con la misma pasión con la que
modela la arcilla en escena, con el mismo buen gusto con el que encara las
posturas de las obras más famosas que Camille ayudó a crear. El paso de la
cautivante belleza de aquella joven potente y apasionada de diecinueve años a
la patética imagen de la sufriente mujer internada en un loquero es atravesado
por la actriz de manera impecable.
En el rol de Rodin, se entrega por entero Raúl Delgado quien
también tiene la responsabilidad de interpretar a Paul Claudel, hermano de la
artista, y al psiquiatra encargado de contenerla en el hospicio en el que
morirá internada. Delgado aborda los tres personajes construyendo la
verosimilitud de cada uno con recursos genuinos interpretándolos con solvencia,
talento y gran sensibilidad. Sin dudas
el partenaire exacto para una actriz de la dimensión de Pollacchi.
La puesta subraya la excelencia poética del texto de Pires
con una subyugante economía de recursos. Proyecciones constantes de las más
célebres obras de Camille y Rodin y la sugerencia permanente a través de los
movimientos de la inmanencia de arte escultórico en la vida de Camille dan
marco a las magníficas interpretaciones de Carla Polacchi y Raúl Delgado.
El espectáculo se gestó por dentro del Proyecto de
Graduación del joven Dario Restuccio, para la carrera de Licenciatura en
Dirección Escénica, del Departamento de Artes Dramáticas de la UNA. Sin dudas
nace un gran director, quien con dedicación de orfebre nos entrega una joya
teatral que combina imágenes, barro, luces y sombras sobre cuerpos que de tan
vivos y tan presentes sumergen al espectador en la realidad paralela que
construyen tanto la locura de Camille -desde su necesidad de ser libre en un
siglo en el que eso era impensable para una mujer- como la voracidad de una
sociedad patriarcal representada por Rodin.
Sin más: no se la pierdan. De veras, nos lo van a agradecer.
F.M. y S.M.
Autor: Ruben Pires
Actúan: Carla Pollacchi y Raúl Delgado
Asistencia de dirección: Manon Demy
Dirección: Darío Restuccio
TEATRO LA REVUELTA
Boedo 1014 - Teléfono: 2076-2964
Viernes de junio 22.15 hs.
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