miércoles, 21 de junio de 2017

ROBESPIERRE, el político que decía lo que pensaba

¿Cuál es en vuestra opinión el motivo que atrae a las ejecuciones públicas? 
¿La inhumanidad? Os equivocáis: el pueblo no es inhumano; 
a ese desgraciado en torno a cuyo cadalso se agolpa, lo arrancaría 
de las manos de la justicia si pudiera. Va a buscar a la plaza de Grève 
una escena que pueda contar a su regreso al arrabal, ésa u otra, 
le da igual mientras tenga un papel, junte a sus vecinos 
y se haga escuchar de ellos. Dad en el bulevar una fiesta divertida 
y veréis que la plaza de las ejecuciones está vacía. El pueblo está ávido 
de espectáculos y acude a ellos porque se divierte cuando 
los disfruta y se divierte también cuando los cuenta a su regreso.
Denis Diderot  (1713 - 1784)


Maximiliano Robespierre, “El Incorruptible”, vivió tan sólo treinta y seis años. Claro está que en la Francia de entonces, sobre todo para quienes actuaban en política, la vida no parecía proponer mucho más tiempo para disfrutarla. Valgan como ejemplo estas cortas existencias, Danton: treinta y cinco años, Luis XVI: treinta y nueve, Sanint Just: veintisiete, María Antonieta: treinta y ocho, Desmoulins: treinta y cuatro, su esposa Lucile Duplessis: veinticuatro, Couthon: treinta y nueve, Madame Roland: treinta y nueve y así podríamos seguir.

Miembros de la realeza, aristócratas, burgueses, campesinos, ya varones, ya mujeres, eran llevados a la guillotina; tétrico símbolo de la igualdad.

En la vieja Francia la pena de muerte por metal estaba reservada para los nobles, el populacho era ejecutado mediante una tosca soga de cáñamo. La Louison o Louisette, como la llamaba cariñosamente Marat, sirvió para que rodaran casi mil doscientas cabezas en la Plaza de la Concordia durante la revolución. Paradojalmente, Marat no murió en la guillotina, y hasta gozó de cierta longevidad; fue apuñalado, por Charlotte Corday, a los cincuenta años en la tina donde trataba de calmar los males que padecía en su piel. Charlotte sí fue guillotinada, ella tenía veinticinco años.
Esta orgía de sangre tuvo en Maximiliano Robespierre a uno de sus fundamentales protagonistas. Curiosamente este hombre que fue un niño abandonado por su padre y huérfano de madre, era un tenaz opositor a la pena de muerte en sus primeras incursiones en la política, y un férreo defensor de los derechos de los desposeídos.

En 1757, un año de antes del nacimiento de Robespierre, Robert François Damiens fue condenado por el intento de homicidio de Luis XV. Por entonces, el regicidio se igualaba con el parricidio, y si bien el rey sólo había recibido heridas leves, Damiens fue condenado a un suplicio espantoso. El joven Robespierre estaba vivamente impresionado por ese relato y también por las lecturas de Rousseau y Voltaire, pero ellos murieron en 1778. Vale decir que no alcanzaron a ver la revolución. Tampoco vivía Diderot en 1789 y Montesquieu había muerto aún antes.

Robespierre comprendió pronto que “hacer” la revolución no era lo mismo que pensarla. Inglaterra era una permanente amenaza, la guerra con Austria que proponían algunos era un camino al desastre, la monarquía constitucional un sueño absurdo, y los usureros un verdadero cáncer para la república. Los pobres podían traicionar por una hogaza más de pan, los burgueses una vez sentados en los sitiales de poder podían caer en los mismos vicios de los aristócratas. Los  “moderados” y los ateos no eran dignos de confianza. Los unos porque con su tolerancia cometerían, necesariamente, traición a la patria, los otros porque al negar a un Ser Supremo perderían el sentido mayúsculo de la virtud. Robespierre, el incorruptible, entendió que “El terror, sin virtud, es desastroso. Pero la virtud, sin terror, es impotente”. Como sugería Nicolás Maquiavelo más de dos siglos antes, Maximiliano Robespierre se convence de que es mejor ser temido que ser amado.

Atreverse con esta historia para producir un hecho teatral es una tarea de alta complejidad. Decidirse hacerlo en un espectáculo unipersonal parece aumentar las dificultades, y elegir a una mujer para interpretar a Maximiliano Robespierre pone a tal empresa al borde de la calidad de ciclópea. La cosa es que con su obra “Robespierre” la autora Mónica Ottino abordó semejante desafío, y para lograr el muy buen resultado alcanzado contó con la dirección de Alejandro Giles y el atinado aporte de la música original de Damián Mahler; y un párrafo aparte merece la elección de la protagonista Mónica Lleó. La actriz es dueña de una inusual expresividad, de un gran instrumento interpretativo, y transita con solvencia los diferentes estados que propone el personaje. No elige la zona del confort sino que arriesga en cada matiz de su interpretación y sale siempre airosa. Produce en la platea momentos de intensa emoción como cuando entona La Marsellesa, y elige una oximorónica construcción cuando representa, casi al borde de la farsa, el trágico final con pistoletazo en la mandíbula y descontrol de esfínteres, que acompañaron a Robespierre antes de enfrentarse con la guillotina.
Lleó no necesita ni off ni proyecciones para apoyarse. Ella sola puede, o podría en este caso, generar todo el universo para contar la historia con la que se ha metido.

La puesta subraya que quizá Diderot haya fracasado en aquella idea del acápite. Tal vez haya más seres humanos que los que él imaginaba a quienes les complazca observar suplicios. Hoy las ejecuciones ya no son públicas, pero se las puede apreciar por youtube y otros medios similares. Esto incluye ahorcaduras, fusilamientos, lapidaciones, diferentes formas de degüellos y decapitaciones. Y hay quienes se regodean con esas imágenes.

Pero, para los que aún preferimos otro tipo de espectáculos, la sala de Andamio 90 ofrece, todos los viernes a 20:30, un espectáculo altamente recomendable que cuenta con Mónica Lleó, una actriz excelente.

 F.M. y S.M.

Ficha técnico artística:

Autora: Mónica Ottino
Actriz: Mónica Lleó
Vestuario, luces y arte: Alejandro Giles
Pelucas: Edith Rodriguez
Fotos: Santiago Botet
Música original: Damian Mahler
Asistencia de dirección: Micaela Orzabal
Dirección: Alejandro Giles

ANDAMIO ´90
Paraná 660 - Capital Federal - Reservas: 4373-5670
Entrada: $ 200,00 / $ 150,00 - Viernes - 20:30 hs.

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